Lines and Lineage book excerpt #2, the dark history of California’s Bear Flag

In advance of the publication of Lines and Lineage by Radius Books, I’m posting selected excerpts. The second excerpt is from my own essay, titled “When Borders Crossed.” This section covers opposition to the Mexican American War and the origin of the California State flag:

 

“In terms of land acquired for the nation, the Mexican American War is the most successful military campaign in United States history. Yet there is no monument or memorial of this war to be found in Washington D.C. Nor is there a mention of it on many authorized American history timelines, like the one on the official U.S. web portal, www.usa.gov/history. At the time of the war however, it was loudly opposed by prominent Americans, including Abraham Lincoln. Henry David Thoreau penned his groundbreaking essay on civil disobedience after his arrest for nonpayment of taxes, an act of defiance of what he called an “unjust” war that aimed to “expand the slave territory.” Embarrassingly for them, and tragically for Mexico, Polk and his allies prevailed. Much like a Soviet official that fell out of Stalin’s favor—the war has since been airbrushed out of the national consciousness.

From Texas, the conflict spread to New Mexico. Its borders would later be redrawn so it’s southern half could join the slave states as Confederate Arizona. The situation was vastly different in California, where it was not a planned military invasion, but a rumor that ripped the border loose from its original position.

The rumor was entirely false, but it had been crafted well enough by the errant U.S. Army officer John Frémont to dupe a hotheaded group of Anglo migrants into action. With Frémont’s prodding, but no official U.S. backing, they armed themselves, stole horses from Mexicans, and on June 14, 1846 burst into an elegant two-story home on the plaza of the town of Sonoma. Casa Grande, as it was called, belonged to Mariano Guadalupe Vallejo, the highest Mexican official in the northern part of Alta California.

Many of the men were reportedly barefoot, all of them were angry, and the gang had no chosen leader. Guadalupe Vallejo was an unlikely target. A popular and urbane Mexican officer steeped in the values of the Enlightenment, he had approved land grants for some of the same Anglo migrants now screaming mutiny. He suggested a negotiation and offered them drinks in his parlor.

After much infighting, they opted to take him hostage instead. The ragtag insurrectionists then moved to the neighboring Mexican army barracks. There they scrawled the image of a bear on a bedsheet and hoisted it as the flag of their impromptu revolution. The Mexican townspeople mistook the poorly-drawn bear for a pig. Historian Rebecca Solnit wrote that the Bear Flag revolt carried “all the moral authority of a convenience store holdup.”

Eventually Guadalupe Vallejo was released, and the short-lived Bear Flag republic was absorbed into a potently enlarged United States. (A more carefully-drawn version of the inglorious banner endures today as California’s official state flag.)

Today, California considers itself a progressive state, but the first Anglo-American policies enacted after U.S. conquest actually stamped out nascent Mexican liberalismo. Pío Pico was replaced by California governor Peter Hardeman Burnett. In his first annual address to the legislature, he unsuccessfully pushed to have free people of color completely excluded from the state, noting that the freshly adopted 1849 state constitution already denied them “the right of suffrage, and from all offices of honor or profit.”

For his next annual address, Burnett words were more prophetic. He proclaimed it must be expected that “a war of extermination will continue to be waged between the races until the Indian race becomes extinct.”

Over the next thirty years, a combination of spur-of-the-moment massacres and premeditated eradication campaigns reduced California’s indigenous population from 150,000 to only 30,000. Where native people weren’t killed, they were forcibly relocated and systematically disenfranchised. While Mexico’s constitution of 1824 had granted citizenship and voting rights to indigenous people, the United States only passed its Indian Citizenship Act in 1924, and it wasn’t until 1948 that indigenous people in the states of Arizona and New Mexico were officially granted the right to vote.”

 

 

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“En términos de la tierra adquirida para la nación, la guerra entre México y Estados Unidos es la campaña militar más exitosa en la historia de los Estados Unidos. Sin embargo, no se puede encontrar ningún monumento o memorial de esta guerra en Washington D.C. Tampoco se menciona en muchos cronogramas autorizados de la historia de Estados Unidos, como el que se encuentra en el portal web oficial de los Estados Unidos, www.usa.gov/history. Al momento de la guerra, sin embargo, fue fuertemente opuesta por estadounidenses prominentes, incluyendo a Abraham Lincoln. Henry David Thoreau escribió su innovador ensayo sobre la desobediencia civil después de su arresto por no pagar impuestos, un acto de desafío a lo que llamó una guerra “injusta” que tenía como objetivo “expandir el territorio de los esclavos”. Una situación de mucha pena para ellos, y trágica para México, Polk y sus aliados prevalecieron. Al igual que un funcionario soviético que dejó de ser respaldado por Stalin—desde entonces la guerra ha sido borrada de la conciencia nacional.

Desde Texas, el conflicto se extendió a Nuevo México. Sus fronteras luego se volverían a dibujar para que su mitad sur pudiera unirse a los estados esclavistas como el Territorio Confederado de Arizona. La situación era muy diferente en California, donde no era una invasión militar planificada, sino un rumor que arrancó la frontera de su posición original.

El rumor era completamente falso, pero el oficial errante del Ejército de los Estados Unidos, John Frémont, lo
había diseñado lo suficiente bien como para engañar a un grupo de inmigrantes anglosajones a activarse. Con la insistencia de Frémont, pero sin el respaldo oficial de los Estados Unidos, se armaron, robaron caballos de los mexicanos y el 14 de junio de 1846 irrumpieron en una elegante casa de dos pisos en la plaza de la ciudad de Sonoma. Casa Grande, como se le llamaba, pertenecía a Mariano Guadalupe Vallejo, el funcionario mexicano posicionado más alto en la parte norte de Alta California.

Según informes, muchos de los hombres estaban descalzos, todos estaban enojados y la pandilla no tenía un líder elegido. Guadalupe Vallejo era un objetivo poco probable. Un oficial mexicano cortés y popular entre la gente, impregnado de los valores de la Ilustración, había aprobado concesiones de tierras para algunos de los mismos inmigrantes anglosajones que ahora gritaban por una rebelión. Él sugirió una negociación y les ofreció bebidas en su salón.

Después de muchas luchas internas, optaron por tomarlo como rehén. Los insurrectos ragtag luego se trasladaron al cuartel del ejército mexicano vecino. Allí garabatearon la imagen de un oso en una sábana y la alzaron como la bandera de su improvisada revolución. La gente de la ciudad mexicana confundió el oso mal dibujado con un cerdo. La historiadora Rebecca Solnit escribió que la Rebelión de la Bandera del Oso cargó “toda la autoridad moral de un atraco a una tienda de conveniencia”.

Con el tiempo, Guadalupe Vallejo fue liberada, y la breve república de la bandera del oso fue absorbida a un Estados Unidos poten- cialmente ampliado. (Una versión más cuidadosamente dibujada del estandarte permanece hoy como la bandera oficial del estado de California).

Actualmente, California se considera un estado progresista, pero las primeras políticas angloamericanas promulgadas después de la conquista de los Estados Unidos en realidad eliminaron el naciente liberalismo mexicano. Pío Pico fue reemplazado por el gobernador de California Peter Hardeman Burnett. En su primer discurso anual a la legislatura, presionó sin éxito para que personas libres de color fueran completamente excluidas del estado, señalando que la recién adoptada constitución de 1849 ya les había negado “el derecho de sufragio y de todos los cargos de honor o de lucro.”

Para su siguiente discurso anual, las palabras de Burnett fueron más proféticas. Él proclamó que debe esperarse que “una guerra de exterminio continuará estallando entre las razas hasta que la raza india se extinga”.

Durante los siguientes treinta años, una combinación de masacres espontáneas y campañas de erradicación premeditadas redujeron la población indígena de California de 150,000 a solo 30,000. Donde los nativos no fueron asesinados, fueron reubicados por la fuerza y sistemáticamente privados de sus derechos. Si bien la constitución de México de 1824 otorgó la ciudadanía y los derechos de voto a los hermanos indígenas, los Estados Unidos solo aprobaron su Ley de Ciudadanía Indígena en 1924, y no fue hasta 1948 que los indígenas de los estados de Arizona y Nuevo México obtuvieron el derecho oficial a votar.”

 

 

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